Más vale tarde que nunca

¿Quién no jugó en la infancia a la maestra?

Yo sí y muchas veces, pero nunca me imagine ejercer esta profesión a estas alturas de mi vida, todo fue gracias a la pandemia mundial, ¿están listos?

Como les había escrito antes, los padres modernos mandan a sus hijos a estimulación temprana (seguro quieren niños con gran desarrollo intelectual, pero a veces se sacrifica un poco la convivencia y la calidad de tiempo) y mi nieto no fue la excepción, terminó esa etapa y se graduó (yo me gradué hasta terminar mi carrera, como a los 23 años, pero en la actualidad los bebés se gradúan desde los primeros meses). Entonces, los padres decidieron mandarlo a la escuela con apenas un año y seis meses, según ellos para que el niño se desenvuelva con independencia (en mi época teníamos que esperar a que el bebe creciera física, intelectual y espiritualmente para mandarlo la escuela).

En fin, los padres emocionados pagaron la inscripción, como se sabe “Febrero, mes de las inscripciones”. Cabe mencionar que actualmente las abuelas no tenemos voz ni voto y mucho menos opinión en el tema de la educación de los nietos, ya saben “eso era antes”, “las cosas cambiaron”, “los niños de hoy están más revolucionados”, etc. Creo que los niños de antes y los de hoy, son los mismos, lo que ha cambiado son las actividades de los padres, sus intereses (padres modernos con celulares todo el día, chateando y navegando en las redes sociales, es decir, más conectados al mundo, pero menos comunicados con los hijos).

Como todos sabemos, nos alcanzó la pandemia. Desde luego, algo insólito, seguro necesitábamos un alto a nuestra vida acelerada, incrementaron los casos de Covid-19 y los padres de mi nieto resolvieron sacarlo de la escuelita, decisión que me encantó porque mantener a un bebé quieto frente a una computadora es complicado y difícil.

Y entonces ahí entro yo… ¿a quién creen que voltearon a ver?; pues a la Yaya, la abuela que no tiene qué hacer, la que tiene tiempo, la que puede ayudarlo y enseñarle materias de acuerdo con su edad.

Pues ya entrada en materia, me nombraron “La Miss” de mi nieto, y tuve que prepárame para saber cómo enseñarle a esa nueva vida. Pues como dicen por ahí “preguntado se llega a Roma”, empecé a leer, a indagar y a asesorarme con mis primas expertas en la enseñanza, busqué en internet y ¡manos a la obra! Puedo asegurarles que mi nieto, con 2 años, ve a la abuelita como un ser divertido, gracioso y está aprendiendo cosas nuevas con juegos, con cuentos e historias infantiles, ¡canta y baila todo el día!

Es muy importante que las primeras lecciones sean un placer para el niño, llenas de amor y paciencia, les aseguro que toda mi dedicación me trae, sin duda, los mejores momentos de esta gran labor que me asignaron como maestra.

He logrado con gusto y amor que el pequeño vea las lecciones de una manera fácil, donde aprenda las vocales cantando (les recomiendo la canción de la risas de las vocales), a distinguir los colores, a pronunciar los números, y entre juego y juego a diferenciar a los animalitos (recomiendo la granja de Zenón, y documentales de sonidos de animales), a distinguir las partes del cuerpo… Mi vida se ha convertido en un maravilloso juego y gran parte de día corremos, brincamos, gritamos, reímos, etc. (les aseguro que todos sus males desaparecerán). Entonces, los abuelos nos convertimos en los seres más adorados del niño. ¿Saben cuál es mi sueldo por esta linda profesión?, escuchar a mi nieto decirme: “Te amo Yaya”.

Solo me resta aconsejar a los nuevos padres: dejen a un lado los aparatos modernos y regalen a sus niños más calidad de tiempo. Pero esa es otra historia.

Gracias por leerme.

Autor: La Yaya

El reto más dulce de mi vida

El reto más dulce de mi vida

 

Nunca te rindas… ¡tus pensamientos son tu límite!

 

He tenido muchos retos en mi vida y siempre me repito “¡sí se puede!”, pero este es uno de los más grandes que he enfrentado, les cuento por qué:

Pasé de ser la Yaya a ser la cuidadora del bebé.

Este año la pandemia nos cambió la vida, creo que, para bien, o por lo menos en mi caso, pues me enseñó a valorar mi vida y a modificar hábitos acelerados ya que vivía el día sin disfrutar cada episodio. Si bien saboreaba algunas cosas, siempre era con cierta prisa y sobre tiempo. Hoy transformé el tiempo por la paciencia.

En mi trabajo dieron la instrucción de permanecer en casa y laborar desde ahí, debo confesar que al principio me fue difícil adaptarme a este nuevo proceso, pero ahora lo veo con más claridad. Creo que la humanidad, y sobre todo yo, necesitábamos este tiempo de caos para aprender a deleitarnos con la vida, la cual no valoramos hasta que nos vemos en peligro de perderla.

Entre esta nueva forma de vida, ¿qué creen? me declararon la nana oficial de mi nieto, ya saben, “mamá, tú que no tienes nada que hacer, que tienes tiempo de sobra, que estás organizada…” Bueno, para mi hija existían miles de razones valiosas para declararme la cuidadora oficial del bebé, por tanto, tuve que organizar mi tiempo entre trabajadora, cuidadora, ama de casa y cocinera, entonces pensé: “mi mente es mi límite, SÍ PUEDO”.

El bebé seguía creciendo y obviamente demandaba mucha atención y nuevos cuidados. Entre ellos, ¿cuál premio creen que gané?, pues adivinaron: enseñarle a dejar el pañal. ¡Wow! para mi edad, un reto enorme, porque cuando la vida me permitía enseñarle a mi hija, yo no lo hice. ¿A quién se imaginan que le tocó?, pues sí, acertaron, a mi mami y mi hermana. Es decir, yo no disfruté esa etapa, claro, por falta de tiempo, y es por ello que me declaro mujer sin experiencia en esta materia. Pero la vida me obsequió una nueva oportunidad.

Y que rápido me retó, pues de la noche a la mañana mi hija me dijo: “mamá dice el pediatra (ya sabemos que las madres modernas toman la visita del doctor como un recetario que deben de seguir al pie de la letra) que él bebé ya está en edad de aprender”. Y me advirtió así, literal, “Y una vez empezando no debemos volver a ponerle pañal”.  

¡Ups! mi cabeza me decía “este trabajo sí es complicado, quien sabe si consiga hacerlo, mejor que su mamá lo haga, o que busque otra opción”. Pero respiré profundo y reaccioné de inmediato, “no debo rendirme, nunca lo he hecho, me estoy limitando…”, entonces decidí enfrentarlo.

Obviamente, no es mi hijo, sino mi nieto y debo de seguir las indicaciones de sus padres, aunque como abuelas no estemos de acuerdo, ¿verdad?

A partir de ese momento llovieron miles de indicaciones por parte de su mamá, las cuales debía seguir al pie de la letra (aunque algunas se me olvidaron). Sin embargo, el amor al niño me hizo aprender cómo exhortarlo para llevarlo cada 5 minutos al baño, así de literal, fue una dulce lucha, y creo que cuando hacemos con pasión y amor las cosas, todo se puede.

Debo confesarles que no fue fácil, pero gocé cada minuto que corríamos al baño cuando me decía “Yaya pipí”. Todas sabemos que siempre te avisan cuando ya están casi mojados, entonces ahí entra la magia de las abuelas, empezamos a tomar la ida al baño como un juego, algo de risa, convencí a mi niño que hacer en el bañito era divertido y que conseguirlo significaba un gran logro. A la agüita amarilla le decíamos “adiós pipí”, esta forma de verlo como un juego me ayudó a que mi nieto aprendiera rápido.

Les recuerdo a todas las abuelas que cada etapa de la vida es única e irrepetible, necesitamos reinventarnos la vida día a día y hacer los retos dulces y únicos. Creo que cuando más “peros” ponemos el reto se vuelve más necio y no encontramos salida, pero si los vemos con amor los podemos resolver sin obstáculos. Y cuando por algún motivo no podemos resolver un desafío, es importante cuestionarnos qué debemos aprender y una vez descubierto el aprendizaje, este se convierte en un dulce momento de la vida concluido.

Pronto les contaré más aventuras que tengo con mi niño, pero esa es otra historia.

 

¡Gracias por leerme!

 

Autor: La Yaya       

 

 

 

“Aparte de vieja… viruela” Un dicho bien dicho.

“Aparte de vieja… viruela” Un dicho bien dicho.

¿Alguna vez se imaginaron bautizarse con un apodo a los 52 años de edad?

Pasaban los días y mi nieto continuaba siendo el centro de mi atención, cada carita, cada gesto, cada suspiro me hacía sentir en las nubes.

En alguna ocasión me cuestionaron sobre qué es el amor, supongo que por la falta de experiencia dije algo como “es sentir mariposas en el estómago”. Es de risa esa definición ¿verdad?, pero hoy, gracias a mi nieto, lo puedo entender y exteriorizar mejor, como lo explicaría Mafalda:

Amor es: el estado perfecto en tu cuerpo, estar en armonía y en equilibrio con tu propio yo (mente, alma y espíritu), es decir palabras lindas a todos los seres humanos, es motivar ayudando a los demás a levantarse, es olvidar rencores, es no tener envidia hacia los demás, es la pureza de un lindo ¡Te quiero!, es regalarse día a día una sonrisa, es desear abundancia y bienestar al universo, todo eso lo encuentras en una palabra: “NIETO”.

Con el correr del tiempo me convertiría en la nana (seguro pensaron en la Nana Fine) más experta en cambio de pañales, aunque debo reconocer que cae más rápido un hablador que un cojo, yo siempre decía “nunca voy a cambiar pañales” (¡jajaja!), la vida me llevó a realizarlo, a calentar mamilas, a adivinar qué necesitaba el nuevo integrante de la familia, hasta me convertí en el bufón más gracioso de mi casa. El bebé crecía a mi lado y yo aprendía de él cada instante.

Mi placer de estar cerca del niño crecía, lo primero que hacía al abrir los ojos por las mañanas era buscarlo, iniciar el día con una imagen de mi angelito es mejor que un buen café y eso que soy catadora. Durante el día recordaba sus graciosadas a cada instante y hasta considero que cansaba a mis compañeras de trabajo con el tema de mi nieto, algo así como cuando estás enamorada de tu primer novio y no dejas de pensar en él y de pintar corazones en todas partes. Un consejo, no hagas eso porque las amigas después te dan la vuelta, mejor disfruta tú esa etapa y cuando algo te saque de balance o sientas que podrías enojarte trae a la mente un recuerdo lindo de ese ser que amas tanto.

Pues un día, de la nada, escuché que mi nieto me empieza a decir “YAYA”, yo en mi papel de abuela que corrige y que cree que todo lo sabe le dije “no papi, soy abuelita”, y el bebé cada vez más claro me seguía diciendo así, y yo necia le decía “no nene, abuelita”, hasta que un día me canse y le dije “está bien, dime como se te haga más fácil”, acepté mi apodo y me bautice como la “YAYA”.

Uno de esos días jugaba como siempre con mi pequeño, él hacía como que se pegaba o se caía y yo corría a decirle “ya, ya mi niño”, lo abrazaba y le decía “todo está bien, no pasa nada”, y fue ahí cuando ‘me subió el agua al tinaco’, (y ustedes dirán “¡ay YAYA!”) pero  en ese momento me di cuenta de que bebé me había bautizado así porque yo jugaba con él de esa manera, porque le gustaban los abrazos, sentirse cerca de mí y, sobre todo, sentirse protegido.

Créanme, colegas abuelitas, somos un ejemplo de amor, paz, y armonía para nuestros nietos, y aunque no nos demos cuenta, ellos están aprendiendo de nosotras, tenemos un gran compromiso con ese ser que se está formando. Hoy, somos guías para formar a los que mañana serán seres seguros y plenos, triunfadores, capaces de dar y recibir amor, sin miedos para enfrentar adversidades, para tener relaciones sanas y no de codependencia, seres capaces de caer, levantarse y seguir, no les puedo asegurar que su vida será de color rosa, pero sí les afirmo que debemos formar seres capaces de amarse y amar, de sentirse plenos y en armonía.

Cuiden cada momento que estén con ellos porque, tengan por seguro, ellos nos observan todo el tiempo, aprendiendo cada suspiro y cada movimiento que hacemos.

Ahora ya saben porque firmó como YAYA.

Tengo mil aventuras que contarles, pero eso será en otras historias.

Gracias por leerme y compartir comentarios.

 

Esperen el otro.

 

Autora: YAYA

Nunca me lo hubiera imaginado

 

Nunca me lo hubiera imaginado

Estoy segura de que la mayoría de las abuelas han experimentado lo mismo que yo…

 

Cada día que pasa, mi amor por mi nieto crece. Al paso de los días, él se convertiría en el centro de atención, tanto mío, como de mi familia. Ante cualquier gesto, murmullo o sonido, era la primera en correr a verlo (ya me conocen lo nerviosa que soy), preguntando, como siempre, a mil por hora: ¿todo está bien?, ¿respira bien?, ¿qué tiene?, ¿por qué está inquieto?, y miles de preguntas a la vez.

Y qué les cuento, por fin llegó lo que temía: cuidar al bebé a los pocos días de su nacimiento ya que su mamá tuvo que acudir al doctor. Para mí fue preocupante y estresante, mis nerviosos a todo lo que daban, y ¿qué creen? Pues sí, no me despegué ni un segundo de su lado, es más, me senté a observarlo minuto a minuto. Creo que cada vez que se movía lo tocaba para verificar que estuviera bien y que no pasará frío. Ya saben las abuelas primerizas: lo tapaba, lo destapaba, lo movía, lo despertaba… En fin, esos momentos se convirtieron en un episodio de mi vida lleno de temores, revisaba sus manitas y me repetía constantemente: todo está bien, todo bien, respira bien, está calientito.

Híjole, llegó la hora de cambiarle el pañal, temerosa lo destapé, claro, ya lista con todos los instrumentos necesarios: pañal, toallitas, mameluco, por si se había mojado, etc. 

Con todo y nervios logre cambiarlo pero, oigan abuelitas, les paso dos tips:

  1. Traten de cambiarlos lo más rápido posible para evitar que los bebés pierdan temperatura.
  2. No se comprometan a quedarse con ellos si no tienen experiencia. Eso les evitará momentos de angustia.
  3. En fin, en caso de no aplicar el segundo consejo, tomen clases previas en cuanto salga el bebé del hospital y cuiden que estén presentes su mamá o su papá.

Pasaban los minutos y el niño se movía o se quejaba y nuevamente repetía todo el ritual (tocar la carita, revisarlo del pañal, moverlo y ver que respirara) en ese momento yo pensaba que si el bebito hablará diría: “Déjame descansar, estoy bien, quiero dormir, abuela. Recuerda, soy un bebé saliendo del cascarón y descubriendo este mundo… ¿por qué te preocupas?” 

Mis nervios crecían aún más porque se acercaba la hora de darle su biberón, y pensé, “ahora si tengo que cruzar la línea de fuego”.

Me toca preparar la leche. En ese momento mi mente se borró y no me acordaba de cuantas medidas de agua y leche debería hacer, ¿cuánto me dijo mi hija? Hasta que por fin lo recordé. Ahora venía otro reto, cómo encender el moderno calentador de leche (aparato completamente nuevo para mí y creo que para todas las abuelas de mi generación). Fue un verdadero relajo, se me cayó el agua, mojé la mesa, no sabía cómo encenderlo, y el bebé ya en un llanto total por su biberón. Y yo, ya se imaginarán, mejor opté por bajar a calentarla a mi estilo, quizás arcaico, pero funcional. Ustedes abuelas saben cuál es… sí, adivinaron: en baño maría.

Una vez superado este paso, cargue a mi bebé, también de forma exagerada casi parado, ¿quién no lo hace así? Y empecé a darle su mamila. Debo confesar que constantemente le sacaba el biberón porque sentía que se ahogaba, creía que tomaba tragos exagerados y muy rápido, obvió, el niño enojado.

Así pasaron los días y fui superando esta prueba. Después me convertí en una experta en cuidados al nieto, en cambiarlo de pañal, en darle su leche, y afortunadamente, nunca me toco bañarlo, ya que desde un principio su papá, gracias al curso de preparación, realizó esta labor. Les paso un secreto: él usaba una pequeña toallita, la cual la mojaba primero en agua caliente y luego envolvía al bebe, para introducirlo en la tina, les aseguro que no lloran, y disfrutan mucho su baño.  Debo confesar que en lo que sí soy experta, es en darle cariño. Nunca me lo hubiera imaginado… ¡cuánto amor se siente por los nietos!

Los días corrieron y él empezó a descubrir el mundo, ya todo tocaba, ya observaba, escuchaba sonidos y reaccionaba. Y yo, como loquita, festejando y sacando fotografías por todas las graciosadas. Recuerdo que una vez su papá empezó a emitir sonidos de trompetillas y él bebe observó y enseguida empezó a imitarlo.

La emoción no me cabe en mi corazón. Es un amor inigualable, un amor puro y sincero, en fin, nunca me lo hubiera imaginado: poseo en mi mente miles de anécdotas que tengo guardadas… pero esas serán otras historias.

 

Gracias por leerme y compartir comentarios.

Esperen el otro.

Autora: YAYA

Corrector de estilo: Oli

 

Secreto de Estado…

¿Quién sabe guardar un secreto?

¡Yooo! (o al menos eso creía), generalmente soy muy buena para eso y cuando me dicen no lo digas, aunque me torturen con manita de puerco, pues no lo digo,

Quizás muchas de ustedes me dirían “yo sí puedo, soy una tumba”, otras me contestarían “muero por decirlo”, otras inmediatamente van y lo cuentan. En fin (creo que sí es difícil guardar un secreto, o al menos éste), les platicó como lo afronté.

¿Recuerdan que tenía prohibido decir del embarazo de mi hija?, pues ahí les va:

Después de enterarme, cada día que pasaba, cada minuto y cada segundo, me resultaba más difícil guardar el secreto. Parecía que el universo estaba en contra mía. En la oficina escuchaba pláticas de temas de niños, me enteraba de mujeres que estaban embarazadas, constantemente me ofrecían que comprara artículos para bebés. Y en la familia también eran pláticas de todos los días “Cuando seas abuela vas a querer comprarle todo al bebé”, “Cuando Dios te regalé un nieto lo vas a consentir”, “Mira, fulanita vende chambritas de bebé”. En fin, el cosmos me atrapaba día a día en esta mala jugada, y yo con las ganas de gritar a los cuatro vientos: “¡YA PRONTO SERÉ ABUELA!”.

Un día llegamos mi esposo y yo a la oficina, figuraba ser un día normal, común y corriente. Nuestra entrada siempre es muy temprano, y a esa hora una pequeña se encuentra esperando a que el reloj avance para que su mamá la lleve a la guardería. Nosotros, como ya es costumbre, dedicamos unos minutos para jugar con ella y ese día no fue la excepción. Al ir jugueteando con ella en las escaleras una amiga volteó y nos dijo, muy segura de su frase, “Ya van a ser abuelos”. Inmediatamente pasaron por mi cabeza miles de dudas, ¿cómo se enteró?, ¿quién le dijo?, ¡seguro es bruja!, ¿quién de los dos cometimos la indiscreción?, ¡seguro fue mi esposo! (yo siempre libre de culpa). Después de respirar profundo contesté “¿Quién te dijo?, ¿cómo sabes?, ¡es un secreto!”. Claro, con esas preguntas confirmaba la sospecha de mi amiga. 

Ella, con una sonrisa, solo respondió “No, nadie. Solo lo imaginé al verlos jugar con la pequeña compañerita. Y soñé una noche antes que iban a ser abuelos”. Ella siempre dice que los niños vienen de “Babyland” y que, en su sueño, ella veía que ya estaba ahí mi nieto esperando para nacer. Entonces, con la dicha que me caracteriza siempre que tengo una buena noticia, bailando, le dije “¡SIIIII, vamos a ser abuelos, estamos super contentos! Guarda el secreto por favor. Si mi hija te pregunta, solo haz cara de sorpresa y asombro, o sea, cara de ‘¿what?’”.

Nuevamente experimenté en todo mi ser la alegría de gritar al mundo entero que seré abuela. Esa adrenalina creció dentro de mí, mi cabeza (ya saben, el cerebro no descansa) volvió a enloquecer y como no estoy acostumbrada, otra vez, miles de interrogaciones, ¿niña o niño?, ¿a quién se parecerá?, ¿ojos claros o negros? Ya no  aguante más, me sentía desesperada por dar el anuncio de la nota espectacular (para mí)  y entonces me animé a indagar con mi hija y que me expresará la razón por la que no podía decir nada. Me dijo hay dos “La primera, el doctor nos dijo que es mejor esperar unos tres meses para evitar hacernos ilusiones”, (y pensé, ¿más ilusiones?, si estoy hecha loca de felicidad); “Y la segunda es porque queremos anunciarlo en un acto social con un toque de sorpresa”. O sea, ¡nuevamente me tenía que esperar! Realmente les confieso que guardar ese secreto me resultó muy difícil, porque me movía todos los sentimientos buenos que existen en este mundo.

Los días, los minutos y los segundos se me hicieron E-TER-NOS. A diario los contaba para asistir a la comida de anunciación donde la familia más cercana, y sobre todo, mis padres, también se volverían locos, ya que ellos se estrenaban como bisabuelitos.

Les confieso que me volví hasta mentirosa tratando de evadir el tema. Entonces decidí irme con la familia y amigos lejanos (¡Wow, esa fue una buena idea!). Ellos, tarde o temprano se iban a enterar, y qué mejor que por mí. Así que me comuniqué con algunos de ellos y les platicaba la nueva, especificando que cuando vieran a mi hija o a mi yerno hicieran cara de sorpresa, como si no estuvieran enterados de nada.

Entonces empecé a disfrutar ese momento, claro, a mi manera. Me fuí al súper y compré bolsas de chocolates. Al día siguiente, al llegar a la oficina, le invitaba un chocolate a quienes me encontraba en mi camino y les decía “Voy a tener un nieto”. Unos me abrazaban, otros me felicitaban, hubo quien me regaló un beso sincero, pero nadie despreció mi chocolate.

De esa forma pude aguantar y guardar ese “Secreto de Estado”, deseando que por fin llegara el día oficial para participarles a todos la llegada del nuevo integrante. Pero esa, es otra historia.

Gracias por leerme y compartir comentarios.

Esperen el otro.

 

Autora: YAYA

Corrector de estilo: Olí

Mi mejor experiencia…

Mi mejor experiencia…

 

¿Cuál ha sido su mejor experiencia?…

 

¡¡Muchas me dirían; uff!!  miles de vivencias, pero yo encuadro una muy importante, “El ser abuela”.

El año pasado me convertí en el ser más dichoso de este planeta, (o al menos así me sentí) cuando nació mi nieto. ¿Cuántas de nosotras hemos experimentado esta satisfacción?…  Quizás muchas o quizás pocas, pero de algo estoy segura, la vida me ha cambiado desde ese día.

Todo el mundo nos dice, “Los nietos se aman más que los hijos”, yo creo que el amor es el mismo, solo aplicado de forma diferente, cuántas veces nos han dado consejos como “Por mi nieto soy capaz de todo”, “Por él hago cosas, que antes no era capaz”, “Al hijo lo educamos y al nieto lo consentimos”. En fin, todos tenemos cosas que contar y qué decir de los nietos, pero pocas nos atrevemos a decir y a ver la neta del planeta. (como dicen los chavos), es por eso, por lo que he decido compartir mis experiencias a través de este blog, donde quiero llenarlo de magia y amor, lleno de relatos y vivencias.

Un día cualquiera para mi esposo y para mí, nos levantamos cuando sonó el timbre del despertador, ambos como siempre corriendo y cruzándonos de un lado para otro en la recámara, platicando lo esencial y preguntando cosas sin trascendencia, de repente tocan la puerta, ambos nos volteamos a ver y dijimos casi al mismo tiempo pasen, al abrir la puerta, se encontraban parados con una respiración agitada y con un brillo en sus ojos, mi yerno y mi hija, nosotros inmediatamente preguntamos, ¿Qué pasó?, mientras tanto yo paralizada entre el miedo y la angustia, corriendo mi cerebro a mil por hora, imaginando miles de cosas, malas (porque así generalmente trabaja el cerebro, siempre en negativo), con voz entrecortada, vuelvo a preguntar ¿Qué pasó, algo malo?, ambos se voltearon a ver y mi hija levantó la mano y me entregó una prueba de embarazo (tengo que aclarar que yo no sabía cómo leerla o al menos después de 30 años no me acordaba cómo interpretarla), y entonces, como siempre adelantándome a dar consejos, (como nunca hacen las mamás y menos las suegras), “No se preocupen Dios sabe cuándo, hay que seguir intentándolo”  (Cabe mencionar que mi hija y mi yerno ya estaban intentando tener familia, para ello, a mi hija le iban a realizar un estudio delicado para saber la causa del porque no se había embarazado ). Mi hija volteo con una sonrisa y dijo mamá; no sabes leerlo, claro que yo no iba a dar mi brazo a torcer, e inmediatamente respondí sí, pero todavía no lo había visto, ustedes saben, justificando mi ignorancia.

 

Mientras tanto mi yerno, paralizado en la pared deteniéndola para que no se cayera, no él, sino la pared, con sus ojos que asomaban lágrimas de felicidad o dicha, no dijo una palabra, pero respiraba agitado, mi esposo empezó hablar como merolico, “Que será, bueno, lo que Dios quiera, que esté sanito, como le vamos a llamar, donde te vas atender, hay que hacer un ahorro…”  en fin, su alegría la expresó diciendo y haciendo miles de preguntas, un poco adelantado ¿verdad?

 

Yo, que les puedo decir, empecé a sentir una emoción increíble, corrió por todo mi cuerpo, una sensación de placer, y felicidad, sentía que cada célula de mi ser se llenaba de amor y tranquilidad, respire y empecé nuevamente a dar consejos, (eso no se me da), “Los hijos son un milagro de Dios, son prestados, deben de prepararse para ser buenos padres, ahora la vida va a cambiar, duerman bien; porque una vez que nacen nada es igual”. Creo que peor que mi esposo, ese día llegue al trabajo, diciéndole literalmente, a todo el mundo, voy a ser abuela, sentía placer por decir esa bendita palabra abuela, algo así como un programa de tele que había hace tiempo, que todo México se entere.  Aunque debo de confesar que ese día mi hija y mi yerno me prohibieron, así PROHIBIERON, anunciar la noticia, pero bueno. Esa es, otra historia…

 

Gracias por leerme y compartir comentarios.

Esperen el otro.

Autora: YAYA