La cita con la vida

 

La cita con la vida

 

¡¡No hay fecha que no se cumpla… y esta es la mía!! Ahí les va

 

Por la tarde-noche del día 14 de junio del 2018, estando en casa, realizamos un ritual (¡jaja! o por lo menos algo parecido). Todo listo: las maletas preparadas, la pelota en la puerta, la pasta al ajo en su punto, el chocolate caliente, el baño de agua esperando, los jugos empacados, las botellas de agua en la pañalera y los apuntes del curso, como acordeón. Todos checando cada detalle, ya que el parto sería humanizado.

Para los que son de mi rodada, todo esto es nuevo, ósea todo lo contrario a lo que mi abuelita y mis ancestros hacían y decían en estos sucesos. 

Yo caminaba de un lado a otro, esperando indicaciones de los experimentados futuros padres, graduados con mención honorífica en el curso de “Preparación para el Parto” o algo así (altamente recomendable). Una vez checado, como 20 veces, que no faltara nada, finalmente nos fuimos a dormir. Bueno, es un decir porque no cerré los ojos en toda la noche, cada vez que mi hija se levantaba yo brincaba como chapulín de la cama. Por ahí de las tres de la mañana empezó todo y pensé: “seguro el bebé ya quiere conocernos”. 

El reloj no dejó de caminar y las molestias crecieron. Entonces decidimos márcale al Doctor (excelente ser humano y médico experimentado): “Todo tranquilo, nos hablamos en dos horas”, dijo. Mientras tanto, prescribió tomarse otro chocolate caliente, así hasta que dieron las 10 de la mañana.

Mi hija ya estaba muy cansada, y mejor decidimos irnos al hospital. Al llegar traía la presión alta (es un poco nerviosa) y seguro yo también. Pero alguien tenía que ser fuerte y ahora me tocaba, o por lo menos eso demostré, aunque por dentro estuviera muerta de miedo. Sentía que mi cuerpo temblaba como gelatina, pero yo firme. Mi yerno todo preocupado, hacia las cosas al revés.

Ya en urgencias, lograron estabilizar a mi hija y la subieron al cuarto, como ustedes saben, a esa hora estábamos todos como muéganos en el cuarto: la suegra, la cuñada, la abuelita, la tía, el papá, etc., unos nerviosos, otros ansiosos, todos emocionados esperando el gran momento.

Yo sentía entre nervios y emoción, una explosión de sentimientos que no puedo expresar en estas líneas y que encierra mucha admiración a la perfección de dar vida a un ser maravilloso.

Mientras tanto, el médico guiaba con los ejercicios de respiración. Todos nosotros ayudamos… pero a ponerla más nerviosa.

Ya eran las 2 de la tarde y mi hija estaba cada vez más cansada. Fue entonces que su esposo y ella decidieron por la operación. Yo, asustada, entraba y salía del cuarto, la angustia me atrapó y los nervios me victimizaron. Sentía que no alcanzaba a llenar los pulmones, que algo me obstruía en el pecho: un miedo que nunca en mi vida había experimentado.

Los segundos se me hacían horas, hasta que por fin salió el doctor, se dirigió a nosotros y nos dijo: “Todo salió bien, ambos con buena salud”. En ese momento di gracias al cielo por el milagro de la vida y pensé: “La cita con la vida ha culminado con alegría”.

Quería gritar, saltar, correr y decirle a todo el hospital que hoy comprendía esa frase que la gente dice y repite muchas veces: “El milagro de la vida”.

Cuando el nuevo integrante de la familia llegó a los cuneros, mi corazón ya no aguantaba más de esa alegría y me salieron las lágrimas más sinceras y tiernas que puede experimentar una mujer al convertirse en abuela.

El papá del bebé también experimentó lágrimas de alegría, y todos los que estábamos en ese momento también lloramos.

Yo recuerdo que cuando mi hija nació viví la mayor de las satisfacciones, pero ese día, al ver a mi nieto, sentí algo diferente. No les puede decir qué, ni por qué, pero seguro es por estár en otra etapa de mi vida. Quizás aprendí a gozar y sentir intensamente esos momentos, y puedo asegurar que ¡SOY  FELIZ!

Mi nieto es una realidad, es ternura, es alegría, es placer, es gozo. Y yo, como abuela, me siento orgullosa por mis frutos (el árbol por sus frutos será conocido).

Les dejo estas preguntas: ¿Cuál es la misión de la vida?, ¿cómo coleccionar los momentos vividos?, ¿cómo gozar y amar sinceramente? y ¿cómo ser feliz?

Creo que mi nieto me está enseñando cosas importantes, vino a mi mundo a enseñarme a disfrutar antes de partir de él. Voy a convertirme en la abuela más feliz, la más cariñosa, la más alegre y la más chistosa (porque siempre he asegurado que en otra vida fui bufón) para poder escribirle a mi nieto una página completa en su libro de la vida. Ya les iré contando, pero esas serán otras historias.

 

Gracias por leerme y por sus comentarios.

Esperen el otro

Autora: YAYA

Corrector de estilo: Oli