La anunciación

 

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¿Quién espera con ansia una fecha?

 

¡Pues YOOO! No sé si esas cosas me pasan solo a mí o a todas las futuras abuelas. Mientras lo descubro, les cuento.

Un viernes por la tarde recibí la invitación de mi hija para asistir, al día siguiente, a comer en un restaurante muy famoso (donde la especialidad son las pastas). Obvio, entre los afortunados que fuimos requeridos estaban mis padres, mis dos hermanas y mis dos sobrinas. Pues qué les puedo decir, como es mi costumbre, esa noche no dormí por estar pensando en mi mami y en la emoción que le ocasionaría la noticia (ella está delicada del corazón). Al final supe que una sorpresa con tanto amor no repercutiría negativamente en su salud, por el contrario, la llenaría de vida.

Les sigo contando:

 

Llegamos a la hora citada. Yo, emocionada, observaba cada dos segundos la puerta de la entrada y la hora en mi celular. En realidad, tardaron solo unos minutos en llegar, sin embargo, a mí se me hicieron horas. Por fin aparecieron los primeros, mis papis, y unos minutos después, el resto.

Creo que otros también estaban muy nerviosos, estos eran mi hija y mi yerno, quienes se refrescaban la garganta cada segundo.

Muy ceremoniosos sacaron de debajo de la mesa un pequeño regalo que entregaron, con unas lindas palabras, a mi mami, la próxima bisabuela. Yo traté de contener las lágrimas, pero no pude.

Mi mamá abrió el regalo y adivinen qué contenía …

Pues adivinaron: ¡ROPITA DE BEBÉ! Emocionada, mi mamá volteó con los ojos llorosos y casi sin poder hablar (pasó lo que temía, justo por lo que no pude dormir, se emocionó), y les preguntó “¿Ya van a tener un bebé?”

Cómo les puedo describir cuánta dicha se respiraba en esa mesa. Todo era amor y felicidad, una sensación única de bendiciones y sentimientos agradables.

A cada una de las mujeres nos dieron una nota, en ellas habían escrito mensajes con contenidos acordes con el papel que ahora íbamos a desempeñar.

En mi carta habían escrito algo así:

“Abuela, ya quiero conocerte. Serás un ejemplo para seguir, tus enseñanzas serán grandes lecciones de vida que dejarán huellas en mi educación. Siempre recibirás de mi parte respeto y amor. Y aunque me falta poco por conocerte, ya siento que me amas y yo te amo”.

En ese momento, en mi mente circulaban ideas encontradas (no vayan a decir: ¡como siempre!). Ahora, como abuela tendría un gran compromiso, ¿cómo iba a contribuir en la formación de un nuevo ser?, ¿cómo enseñarle a forjarse como un ser maravilloso, creación perfecta de Dios?, ¿cómo darle ejemplo para que se convierta en un ser generoso, amoroso, respetuoso?, ¿cuál sería mi aportación en esta sociedad y con este ser para que aprenda a ser feliz, amable con la vida, a tener tranquilidad, fortaleza, y espiritualidad (siempre le decía a mi hija “un abogado espiritual es una gran ser que genera abundancia para contribuir en su país, eso no te lo enseñan en la escuela, tú apréndelo”.). ¿Cómo ayudar ahora a los padres a marcar límites claros y justos? Pensé (porque a veces pienso), “este papel de abuela ¡uff! es más complicado que el de madre porque hay responsabilidad, pero no directa; hay que ayudar sin ser metiche; hay que corregir, pero muy sutil (para esos están los padres). Hay que cuidar y reportar todo a los papás, hay que decidir, pero con responsabilidad compartida”. En fin, qué difícil papel, pero no es imposible.

Después de leer todas nuestras líneas, volteé a observarlos, ya para entonces estábamos en un llanto total.

No quiero contarles que todos los meseros y comensales cercanos nos voltearon a ver porque en esa mesa se respiraba alegría, llanto de felicidad, risas, abrazos, en fin, un mundo de sentimientos encontrados, pero todos con un buen sabor de boca.

Desde luego que inundamos el lugar, y después nos dispusimos a disfrutar la comida y a brindar con un buen vino el acontecimiento que Dios nos había permitido sentir esa tarde.

Cuando salí de ese maravilloso lugar, mi mirada se dirigió al cielo para agradecer a Dios tanta felicidad y dar gracias por tanto amor recibido.

Amé cada minuto que pasaba para la llegada de mi nieto o nieta.

Amé cada segundo que me recordaba que iba a ser abuela.

Amé cada instante que me tocaba acompañar a mi hija al doctor.

Amé cuando nos revelaron el sexo del bebé.

Amé la pancita que iba creciendo en mi hija.

Amé la evolución semanal del desarrollo del bebé.

Amé sentir cada vez que él bebé pateaba.

Amé a ese ser lleno de amor e inocencia que llegaba a nuestras vidas.

 

A partir de ese momento, empecé a contar las horas y los minutos para sostener ese milagro entre mis brazos.

Hasta que, por fin, llegó el día de su nacimiento. Pero esa es otra historia.

Gracias por leerme y compartir comentarios.

 

Esperen el otro.

Autora: YAYA

Corrector de estilo: Oli