Secreto de Estado…

¿Quién sabe guardar un secreto?

¡Yooo! (o al menos eso creía), generalmente soy muy buena para eso y cuando me dicen no lo digas, aunque me torturen con manita de puerco, pues no lo digo,

Quizás muchas de ustedes me dirían “yo sí puedo, soy una tumba”, otras me contestarían “muero por decirlo”, otras inmediatamente van y lo cuentan. En fin (creo que sí es difícil guardar un secreto, o al menos éste), les platicó como lo afronté.

¿Recuerdan que tenía prohibido decir del embarazo de mi hija?, pues ahí les va:

Después de enterarme, cada día que pasaba, cada minuto y cada segundo, me resultaba más difícil guardar el secreto. Parecía que el universo estaba en contra mía. En la oficina escuchaba pláticas de temas de niños, me enteraba de mujeres que estaban embarazadas, constantemente me ofrecían que comprara artículos para bebés. Y en la familia también eran pláticas de todos los días “Cuando seas abuela vas a querer comprarle todo al bebé”, “Cuando Dios te regalé un nieto lo vas a consentir”, “Mira, fulanita vende chambritas de bebé”. En fin, el cosmos me atrapaba día a día en esta mala jugada, y yo con las ganas de gritar a los cuatro vientos: “¡YA PRONTO SERÉ ABUELA!”.

Un día llegamos mi esposo y yo a la oficina, figuraba ser un día normal, común y corriente. Nuestra entrada siempre es muy temprano, y a esa hora una pequeña se encuentra esperando a que el reloj avance para que su mamá la lleve a la guardería. Nosotros, como ya es costumbre, dedicamos unos minutos para jugar con ella y ese día no fue la excepción. Al ir jugueteando con ella en las escaleras una amiga volteó y nos dijo, muy segura de su frase, “Ya van a ser abuelos”. Inmediatamente pasaron por mi cabeza miles de dudas, ¿cómo se enteró?, ¿quién le dijo?, ¡seguro es bruja!, ¿quién de los dos cometimos la indiscreción?, ¡seguro fue mi esposo! (yo siempre libre de culpa). Después de respirar profundo contesté “¿Quién te dijo?, ¿cómo sabes?, ¡es un secreto!”. Claro, con esas preguntas confirmaba la sospecha de mi amiga. 

Ella, con una sonrisa, solo respondió “No, nadie. Solo lo imaginé al verlos jugar con la pequeña compañerita. Y soñé una noche antes que iban a ser abuelos”. Ella siempre dice que los niños vienen de “Babyland” y que, en su sueño, ella veía que ya estaba ahí mi nieto esperando para nacer. Entonces, con la dicha que me caracteriza siempre que tengo una buena noticia, bailando, le dije “¡SIIIII, vamos a ser abuelos, estamos super contentos! Guarda el secreto por favor. Si mi hija te pregunta, solo haz cara de sorpresa y asombro, o sea, cara de ‘¿what?’”.

Nuevamente experimenté en todo mi ser la alegría de gritar al mundo entero que seré abuela. Esa adrenalina creció dentro de mí, mi cabeza (ya saben, el cerebro no descansa) volvió a enloquecer y como no estoy acostumbrada, otra vez, miles de interrogaciones, ¿niña o niño?, ¿a quién se parecerá?, ¿ojos claros o negros? Ya no  aguante más, me sentía desesperada por dar el anuncio de la nota espectacular (para mí)  y entonces me animé a indagar con mi hija y que me expresará la razón por la que no podía decir nada. Me dijo hay dos “La primera, el doctor nos dijo que es mejor esperar unos tres meses para evitar hacernos ilusiones”, (y pensé, ¿más ilusiones?, si estoy hecha loca de felicidad); “Y la segunda es porque queremos anunciarlo en un acto social con un toque de sorpresa”. O sea, ¡nuevamente me tenía que esperar! Realmente les confieso que guardar ese secreto me resultó muy difícil, porque me movía todos los sentimientos buenos que existen en este mundo.

Los días, los minutos y los segundos se me hicieron E-TER-NOS. A diario los contaba para asistir a la comida de anunciación donde la familia más cercana, y sobre todo, mis padres, también se volverían locos, ya que ellos se estrenaban como bisabuelitos.

Les confieso que me volví hasta mentirosa tratando de evadir el tema. Entonces decidí irme con la familia y amigos lejanos (¡Wow, esa fue una buena idea!). Ellos, tarde o temprano se iban a enterar, y qué mejor que por mí. Así que me comuniqué con algunos de ellos y les platicaba la nueva, especificando que cuando vieran a mi hija o a mi yerno hicieran cara de sorpresa, como si no estuvieran enterados de nada.

Entonces empecé a disfrutar ese momento, claro, a mi manera. Me fuí al súper y compré bolsas de chocolates. Al día siguiente, al llegar a la oficina, le invitaba un chocolate a quienes me encontraba en mi camino y les decía “Voy a tener un nieto”. Unos me abrazaban, otros me felicitaban, hubo quien me regaló un beso sincero, pero nadie despreció mi chocolate.

De esa forma pude aguantar y guardar ese “Secreto de Estado”, deseando que por fin llegara el día oficial para participarles a todos la llegada del nuevo integrante. Pero esa, es otra historia.

Gracias por leerme y compartir comentarios.

Esperen el otro.

 

Autora: YAYA

Corrector de estilo: Olí

Mi mejor experiencia…

Mi mejor experiencia…

 

¿Cuál ha sido su mejor experiencia?…

 

¡¡Muchas me dirían; uff!!  miles de vivencias, pero yo encuadro una muy importante, “El ser abuela”.

El año pasado me convertí en el ser más dichoso de este planeta, (o al menos así me sentí) cuando nació mi nieto. ¿Cuántas de nosotras hemos experimentado esta satisfacción?…  Quizás muchas o quizás pocas, pero de algo estoy segura, la vida me ha cambiado desde ese día.

Todo el mundo nos dice, “Los nietos se aman más que los hijos”, yo creo que el amor es el mismo, solo aplicado de forma diferente, cuántas veces nos han dado consejos como “Por mi nieto soy capaz de todo”, “Por él hago cosas, que antes no era capaz”, “Al hijo lo educamos y al nieto lo consentimos”. En fin, todos tenemos cosas que contar y qué decir de los nietos, pero pocas nos atrevemos a decir y a ver la neta del planeta. (como dicen los chavos), es por eso, por lo que he decido compartir mis experiencias a través de este blog, donde quiero llenarlo de magia y amor, lleno de relatos y vivencias.

Un día cualquiera para mi esposo y para mí, nos levantamos cuando sonó el timbre del despertador, ambos como siempre corriendo y cruzándonos de un lado para otro en la recámara, platicando lo esencial y preguntando cosas sin trascendencia, de repente tocan la puerta, ambos nos volteamos a ver y dijimos casi al mismo tiempo pasen, al abrir la puerta, se encontraban parados con una respiración agitada y con un brillo en sus ojos, mi yerno y mi hija, nosotros inmediatamente preguntamos, ¿Qué pasó?, mientras tanto yo paralizada entre el miedo y la angustia, corriendo mi cerebro a mil por hora, imaginando miles de cosas, malas (porque así generalmente trabaja el cerebro, siempre en negativo), con voz entrecortada, vuelvo a preguntar ¿Qué pasó, algo malo?, ambos se voltearon a ver y mi hija levantó la mano y me entregó una prueba de embarazo (tengo que aclarar que yo no sabía cómo leerla o al menos después de 30 años no me acordaba cómo interpretarla), y entonces, como siempre adelantándome a dar consejos, (como nunca hacen las mamás y menos las suegras), “No se preocupen Dios sabe cuándo, hay que seguir intentándolo”  (Cabe mencionar que mi hija y mi yerno ya estaban intentando tener familia, para ello, a mi hija le iban a realizar un estudio delicado para saber la causa del porque no se había embarazado ). Mi hija volteo con una sonrisa y dijo mamá; no sabes leerlo, claro que yo no iba a dar mi brazo a torcer, e inmediatamente respondí sí, pero todavía no lo había visto, ustedes saben, justificando mi ignorancia.

 

Mientras tanto mi yerno, paralizado en la pared deteniéndola para que no se cayera, no él, sino la pared, con sus ojos que asomaban lágrimas de felicidad o dicha, no dijo una palabra, pero respiraba agitado, mi esposo empezó hablar como merolico, “Que será, bueno, lo que Dios quiera, que esté sanito, como le vamos a llamar, donde te vas atender, hay que hacer un ahorro…”  en fin, su alegría la expresó diciendo y haciendo miles de preguntas, un poco adelantado ¿verdad?

 

Yo, que les puedo decir, empecé a sentir una emoción increíble, corrió por todo mi cuerpo, una sensación de placer, y felicidad, sentía que cada célula de mi ser se llenaba de amor y tranquilidad, respire y empecé nuevamente a dar consejos, (eso no se me da), “Los hijos son un milagro de Dios, son prestados, deben de prepararse para ser buenos padres, ahora la vida va a cambiar, duerman bien; porque una vez que nacen nada es igual”. Creo que peor que mi esposo, ese día llegue al trabajo, diciéndole literalmente, a todo el mundo, voy a ser abuela, sentía placer por decir esa bendita palabra abuela, algo así como un programa de tele que había hace tiempo, que todo México se entere.  Aunque debo de confesar que ese día mi hija y mi yerno me prohibieron, así PROHIBIERON, anunciar la noticia, pero bueno. Esa es, otra historia…

 

Gracias por leerme y compartir comentarios.

Esperen el otro.

Autora: YAYA